LETRAS LIBRES, 31 octubre 2008
En una revisión de los retratos fotográficos que se le hicieron a Emile Michel Cioran a lo largo de las décadas desfilan las austeridades de su vestir, la expresión corporal del ermitaño, el rigor patente en las líneas de expresión, que también delatan excentricidad, el cabello a veces rasurado en las sienes a una usanza que raya en lo castrense, pero que es abundante, descuidado e hirsuto desde que le nace en la frente y en toda la parte superior del cráneo, los pómulos angulosos que adelgazan la cara en la juventud y pronuncian su gravedad en la vejez. La energía contenida en las placas tomadas por Sophie Bassouls, la languidez que se deja ver en los retratos postreros de Irmeli Jung. En todas estas imágenes, debajo de las cejas pobladas, largas y despeinadas, el brillo de ese ojo en vela perenne. La desesperación inequívoca del rostro mudo. En el fondo, las apariencias no engañan y la cara terrible de Cioran corresponde a lo que nos ha legado por escrito.
Pronto en su trayectoria se aboca al fragmento como género, y así su trabajo entero produce una sensación emparentada a la que por accidente histórico nos dejan los presocráticos, la nobleza de una obra en trozos que sugiere, apunta a algo, pero no impone una visión absoluta a la manera de Aristóteles o Kant; queda libre del mal de los sistemas de pensamiento filosófico que se pretenden completos y producen el efecto de la doctrina totalitaria. Cioran, como Parménides o Heráclito, se presta a la interpretación abierta, a la construcción de una visión ecléctica.
Más allá de eso, por tener un puñado de ideas de las cuales no quiere salir, alrededor de las cuales erige todo su trabajo, con variantes de registro, variantes sintácticas, variantes de fraseo y orquestación, resulta que, más que un filósofo en el sentido clásico, es un prosista exquisito: un estilista. Porque no se conciben sus sentencias inflamadas, el poder sonoro de su provocación o sus consignas sacrílegas sin el giro literario, el matiz lingüístico. Los títulos mismos de los libros, Silogismos de la amargura, Del inconveniente de haber nacido, El aciago demiurgo, denotan un equilibrio impecable de las palabras, un don para lo preciso y lo rotundo. Los atributos del escritor que refuerzan el efecto, redoblan al pensador. Por su adjetivación y su manejo de la tensión fraseológica, a veces está más cercano a un Borges ocupado del infierno (o los infiernos posibles) o al Pessoa de El retorno de los dioses. A diferencia de autores de frases célebres y aforismos como Goethe, Lichtenberg o La Rochefoucauld, que se ocupan de una pléyade de temas, Cioran es casi monotemático… [+]