CIORAN: NOVENTA Y NUEVE AÑOS DE SU NACIMIENTO
Émile Cioran nació en Rumania, en el pueblo de Sibiu, que, en ese momento, era parte del Imperio austrohúngaro. Como Ionesco, llegó a militar en algunas organizaciones fascistas de Bucarest antes de la Segunda Guerra, y también como Ionesco, se exilió en Francia y se dio a conocer escribiendo directamente en francés. (La idea de que un fascista militante les haya hablado a ambos sin saber en qué se convertirían años después es una gran escena jamás escrita.) Ya instalado en París, Cioran se dedicó a leer más que a estudiar, y a escribir más que a ninguna otra cosa. Fue pobre. Pero se las arregló para que su voz cascada se escuchara casi en todas partes.
Dedicación a la decepción
Probablemente exista alguna biografía sobre Cioran y se editó un tomo con entrevistas y conversaciones. Como sucede con tantos otros escritores, el personaje acompaña los libros y las anécdotas que se desprenden de su vida cotidiana son legendarias. Se dice que a fines de los años 80 todavía era posible verlo almorzando en los comedores estudiantiles parisinos. Antes, había recorrido Francia en bicicleta. Es verosímil, casi inevitablemente inverosímil, que haya vivido en altillos y chambres de Bonne prácticamente toda su vida. Fue, en este sentido, un Diógenes contemporáneo. O al menos intentó serlo. Hubo muchos otros vagabundos mentales y físicos de ese estilo en París a lo largo del siglo XX, pero ninguno escribió como Cioran, cortejando, podríamos decir, con tanta dedicación la decepción.
La forma es el sistema
¿Era Cioran un “filósofo sin sistema”? Humildemente creo que su “sistema” fue la forma. Prefirió el “fragmento” antes que el “aforismo”, aunque ambos se contengan y potencien en su prosa. Se dice que escribía todo el tiempo y llenaba cuadernos enteros. Pero eso no quiere decir que se tratara de un jinglero, un Narosky oscuro, aunque ejerciera el marketing y el anti-marketing del pensamiento. Sus libros revelan un gesto monomaníaco, un humor obsesivo y continuo que no mutó sino que se expandió a lo largo de los años. Escritos como en el aire, sin anclajes histórico llamativos, ineludiblemente abstractos –se habla de “la muerte”, “el aburrimiento”, “la angustia”, “la filosofía”–, nadie intentó unir esos libros con su contexto político o social. Sin embargo, en su prosa se escucha la voz del emigrado con mucha claridad. Él hubiera preferido usar la palabra “expatriado”, o mejor “apátrida”. De esa falta de ligaduras, por otra parte muy propias del siglo XX, parece derivar el pragmatismo del filósofo al cual la picardía le dura un minuto, a lo sumo un minuto y medio.
Algo pop, algo rocker
Cioran sabía muy bien que su escepticismo era pasayesco. Pero no le importaba. Es más, lo disfrutaba y seguramente se reía sin ganas de los dramas vitales de los filósofos serios. Hay algo pop, algo rocker, entonces, en esa fragmentación, en esa dejadez, en esa unión de lo sublime y lo terrenal. “En un mundo sin melancolía los ruiseñores eructarían” es algo que podrían haber escrito desde Warhol hasta Luca Prodan. Los libros de Cioran son en apariencia un continuo. Pero hay sagas pesimistas, otras más irónicas, páginas dedicadas a lo místico, y otras al campo intelectual europeo. El ocaso del pensamiento, de 1940, es un libro lento. Ahí el estilo que le va a dar su fama aparece de forma esporádica. En Silogismo de la amargura de 1952, su potencial de síntesis llega al máximo. Desgarradura, de 1979, es una mezcla de ambos. Tusquets los viene editando desde fines de los ochentas en ediciones muy lindas y cómodas. Y no creo que deje de hacerlo porque pese a su carga última de negatividad, Cioran tiene sus lectores, y todos los lectores tienen, en algún momento, un “período Cioran”.
Un tango peronista
En sus Cuadernos publicados póstumamente, al parecer, el escritor habla del tango y de Buenos Aires. En 1997, La Nación publicó este significativo fragmento: “En una entrevista que le realizó Benjamin Ivry en 1989, Cioran confesó: “Soy un gran aficionado al tango. Es una auténtica debilidad. Asistí a un espectáculo de tango argentino en París, pero me parece que el tango ha degenerado. En el entreacto, envié una nota al director en la que le pedía que fuera un poco más melancólico. Ahora el espíritu ya no es el mismo. El espíritu lánguido se ha vuelto más dinámico. Es mi debilidad por la América latina. Antaño era más profundo y más íntimo. Mi única, mi última gran pasión era el tango argentino”. ¿Qué espectáculo for export habrá visto Ciroan? No debe extrañarnos que la anécdota sea real. Cioran amaba la música, que escuchaba en radio AM o en viejos tocadiscos de manija, y era recontra, superlativamente, tanguero cuando escribía y pensaba. Me animo a decir más. Si lo hubieran dejado habría sido irremediablemente peronista, pero de ese peronismo de ayer, ese peronismo mítico que ya no vive, que sólo se evoca, de ese “peronismo de Perón”.
Sin pudor
Cioran sabía que el cinismo también era un género y que la negatividad que todos llevamos dentro se puede moldear. (Sus títulos, excelentes y melodramáticos, tiene más de una vuelta en ese sentido.) Sin las afectaciones tan de moda entre los filósofos franceses del siglo XX, entonces, eligió ser un prosista de segundo orden, un escriba, incluso un desconfiado cronista de sí mismo. ¿La frase que se recuerda y se usa como argumento en el medio de una conversación vale más que una tesis de doctorado? Si eso no es verdad, eso le gustó creer a él. Lejos de la rimbombancia y los arrebatos wagnerianos de Nietszche, al que a veces muy rápidamente se señala como su influencia, el rumano le da al lector lo que el lector está esperando. Cioran nos muestra –nos lo dice sin pudor y con ironía– que lo suyo es lectura para el baño. Y por eso sus libros te acompañan cuando estás solo. El próximo jueves 8 de abril, entonces, se van a cumplir noventa y nueve años de su nacimiento. Seguramente Ñ y ADN van a sacar un par de notas extremadamente insípidas de las que Cioran se habría mofado con una mueca de resignación. Esas notas van a hablar del “pensador rumano de expresión francesa” y desglosarán una sarta infinita de lugares comunes. Entre las muchas cosas que no se van a decir en esas reseñas, la más importante quizás sea que buena parte de sus libros se puede descargar de la web y son ideales para leer en oficinas y redacciones, directamente de la pantalla, mientras a los demás, los que no leen o no saben leer, son devorados por el monstruo imperceptible de la rutina.