“El drama del exilio y la nostalgia del origen” (Catalina Elena Dobre)

Milenio.com, México, 04/09/2011

“El orgullo de un hombre nacido en una pequeña cultura siempre está herido” dice el filósofo rumano Gabriel Liiceanu, y esta frase podría darnos la clave del personaje que ha acompañado su obra.

Ni pesimista ni nihilista, ni místico ni escéptico, Emil Cioran es sólo un hombre al margen de la vida —como él mismo se caracteriza— y para el cual cada libro que escribió fue como una herida que debía trastornar la vida del lector de un modo u otro: “Mis libros no son depresivos ni deprimentes, de igual forma que un látigo no es deprimente. Los escribo con furor y pasión”.

El 8 de abril de 1911 nace en Rasinari, Transilvania, quien va ser considerado un “anti-filósofo”: Emil Mihail Cioran, uno de los pensadores más controvertidos del siglo XX. En esa época, Transilvania se encontraba bajo la ocupación y la tutela del imperio austro-húngaro. Esta situación hace que Cioran pase los primeros años de formación en un exilio interior magnificado por las disensiones sociales, nacionales, lingüísticas y religiosas que históricamente han marcado el destino de Rumanía.

Hijo de un prelado de la iglesia ortodoxa, Cioran pasó la mayor parte de su infancia en su pueblo natal, Rasinari, viviendo hasta la edad de 10 años lo que más tarde va a llamar “el paraíso”. De la madre parece heredar su inclinación a la melancolía; en oposición a su padre fue, hasta los 17 años, un ateo furibundo. Después de los 10 años fue llevado a estudiar al instituto de la ciudad de Sibiu, donde comienza a tener contacto con la vida gregaria de la ciudad, y se enfrenta, de esta manera, a un cambio radical que acabó con la paz que había alcanzado en su pueblo natal, y que nunca va olvidar. Después de esa etapa, aunque va estudiar filosofía, Emil Cioran nunca más encontrará la tranquilidad que su paraíso infantil le dio.

Al finalizar sus estudios en la Universidad de Bucarest, con una disertación sobre la intuición bergsoniana, Cioran se va a divorciar de la filosofía sistemática. Continúa sus estudios en Berlín; después regresa a Rumanía, y trabaja durante un año como profesor de filosofía. En 1937 llega a París, donde residirá hasta el final de su vida.

Cioran es parte de lo que llamamos la “literatura del exilio”, y él en particular vivió su exilio con una fuerza inmensa.

Para sobrevivir a esa situación las circunstancias parecían obligarle a romper con sus orígenes, aunque, en el verdadero sentido de la palabra, nunca rompió con ellos. El drama del exilio es que el escritor no sólo vive este aislamiento, este alejamiento de sus raíces, sino que también el lenguaje se aísla con él —como bien afirma otro escritor rumano exiliado, Norman Manea. El exilio le exige a Cioran despedirse de sus raíces —tarea nada fácil. Para sobrevivir, Cioran elige la terapia de la negación, existente ya en su estructura intelectual creativa desde los primeros escritos que publicó en rumano.

Es decir: su drama fue no poder romper con sus orígenes. Cioran es “un exiliado obsesionado por el exilio”. En su primer libro, En las cimas de la desesperación (1934), se preguntaba ya: “¿sería para nosotros la existencia un exilio y la nada una patria?”, tema al que vuelve en Del inconveniente de haber nacido: “Toda mi existencia he vivido con el sentimiento de haber sido alejado de mi verdadero lugar. Si la expresión exilio metafísico no tuviera ningún sentido, mi existencia hubiera bastado para darle uno”. Cioran se complace en el autorretrato de extranjero. De hecho, en el libroHistoria y utopía se define como procedente de otro lugar:

…me considero en medio de los civilizados como un intruso, como un troglodita enamorado de la caducidad, sumido en plegarias subversivas, víctima de un pánico que no emana de una visión del mundo sino, de las crispaciones de la carne y de las tinieblas de la sangre.

De esta manera tan suya, “Cioran no ha cesado de proclamar sus orígenes y de renegar a la vez de ellos”, afirma Sanda Stolojan, la traductora de su obra rumana al francés.

“El orgullo de un hombre nacido en una pequeña cultura siempre está herido” dice el filósofo rumano Gabriel Liiceanu, y esta frase podría darnos la clave del personaje que ha acompañado su obra. El rechazo a los premios, la indiferencia hacia el público, la publicidad y el éxito tienen que ver con su orgullo y con su miedo —continúa Liiceanu— de ser desposeído de su identidad. En cambio, Cioran sigue con interés las reacciones provocadas por sus primeras traducciones en España y escribe a su hermano: “La única sorpresa agradable que he tenido desde hace tiempo es el éxito de Breviario de podredumbre en España”. Y es momento de decir que Cioran amaba España; la amaba por sus defectos, por sus vicios, pero también por su fe. Por eso le encantó la aparición de sus libros en aquel país. Pero lo interesante es que Aciago demiurgo, que debería haberse publicado por esas fechas en España, fue prohibido por la censura. A Cioran, aunque le dolió ese hecho, continúo escribiendo con la misma actitud: “él fue como un poeta que escribiese filosofía: vivió descuidado de su fama y de su negocio, enamorado de sus justezas y provocaciones”, nos dice el argentino Abel Posse en París sin Cioran.

Con De lágrimas y de santos, escrito a los 21 años como uno de los cinco libros publicados en Rumanía, Cioran conjura la gran crisis religiosa de su vida. Reescribe cuatro veces el Breviario de podredumbre en 1949, su primer libro en francés, lengua cuyo rigor siente como infernal e inhumano. Inmediatamente, Gallimard publica ese libro al que seguirá una obra singular: Silogismos de la amargura. Vendrán después, La tentación de existirEl aciago demiurgo, Del inconveniente de haber nacidoLa caída en el tiempoHistoria y utopía hasta llegar a Desgarradura en 1983.

Todos estos libros y muchos más son testigos de que, para Cioran, la única forma de sobrevivir en el exilio fue la de escribir. ¿Escribir para qué? Escribir para sobrevivir; para aniquilar a los ídolos, para soportar la caída en el tiempo, para llorar, para sentirse como demiurgo, para jugar creando una utopía o para sucumbir a la tentación de existir.

Publicidade