EL TIEMPO, 13 de julio 1995
Después de muchas horas de lectura y de algunos diálogos con Emile Cioran, me preguntó cuál es el secreto de su atracción intelectual. Más que un filósofo importante era Cioran un desacorde fascinante. Una figura contra-cultural. Aparentemente su negación de la filosofía académica y su defensa de un pensamiento independiente hasta el borde de lo anárquico, podría parecer más bien un episodio final del modernismo romántico.
Pero, por qué inquieta Cioran? Por qué crea adeptos más bien rechazándolos? Se deslizó durante décadas como un antifilósofo, estimado por escritores y por un público heterogéneo.
La fascinación de Cioran a través de sus libros se centra en la subversiva sospecha del autor contra la sacralidad, la intocabilidad, el orgullo, de la condición humana misma. O por lo menos, de este momento de la condición del hombre occidental , para definirlo con mucha generalidad.
Lo que nos deja Cioran, después de la lectura de La tentación de existir, La caída en el tiempo o El aciago demiurgo es la de que el hombre bien podría ser tratado como un animal descastado, un indigno cósmico en vez del semidios, la criatura a su imagen y semejanza , etcétera, a que se tiene acostumbrada la cultura judeocristiana de Occidente. Es como si el hombre, a partir de Cioran, empezase a ser considerado como una pieza de discordia cósmica, un tonto o un energúmeno infatuado que en el fondo lleva a la enfermedad y la destrucción de todo lo que toca: sean sus pares o el planeta mismo que habita.
Lo que creo que no se expresó claramente en torno a Cioran es que es uno de los primeros filósofos que nos dice que el hombre es una causa detestable, más bien un depredador que se cree lleno de cualidades bondadosas.
La ética, hasta ahora, parecería la respuesta inventada por el hombre ante la sospecha (y la evidencia) de sus malas inclinaciones. Más allá de la respuesta de la ética tradicional, Cioran nos dice que el factor criminal del hombre, su destructividad, es la verdadera revelación del siglo XX: el hombre, a través de la tecnología, manifestó su verdadera faz inmoral, definitivamente pérfida. Este es el siglo de los campos de concentración, del hipócrita y cotidiano genocidio Norte-Sur, de Hiroshima, pero más que nada de la destrucción del orden natural del planeta Tierra a través del desequilibrio ecológico, la contaminación, el definitivo avasallamiento del ritmo de la biosfera, de los animales y las plantas; por una especie triste, neurótica, infatuada, que ni siquiera obtiene placer de sus crímenes.
No es extraño que el ensayo La tentación de existir sea una crítica de ese supuesto favorable a la vida humana y a la bondad del hombre que baña de hipocresía toda la cultura -o incultura- de Occidente.
Dice Cioran: Habiéndose agotado mis reservas de negociación, y quizá la negociación misma, por qué no debería yo salir a la calle a gritar hasta desgañitarme que me encuentro en el umbral de una verdad, de la única válida? .
Esa verdad que conmueve a Cioran, separarlo para siempre de los bien pensantes del mundo (desde Sartre hasta Russell).
La solitaria repulsa de Cioran se origina en este hecho central: al descalificar al hombre como ente privilegiado, loable, admirable y salvable, condena a muerte la tarea de esos filósofos del hombre, habitantes del ghetto del optimismo.
Cioran en realidad es el primer filósofo que deja de ser oficialista del partido del hombre. Se pone más allá de esa obligatoria y engreída conciencia de humanidad . Rompe el contrato, invita a que nos unamos a la opinión que de nosotros podrían tener nuestras víctimas: las plantas, los mares, los exterminados tigres de bengala, los místicos, las aves.
Por qué el hombre no va a ser algo prescindible en el orden de lo creado? Cuál es la verdadera lectura de ese libro que sigue siendo secreto y que se llama la Biblia: qué quiere decir la parábola del ángel rebelde, la de Caín, la de la expulsión del Paraíso? Hemos leído bien la Biblia? Cioran niega al hombre actual seguir postulándose arrogantemente y sin dudas como candidato al Paraíso. Nos dice lo que muchos podemos sentir al culminar este siglo humanamente involutivo: el hombre no solamente no merece el Paraíso sino que lo saquea y destruye. Es definitivamente un ser daidoso con peligrosísimas aptitudes. Si es que hay una evolución de la especie, se puede decir que está en una etapa de niño perverso…
En un tiempo de pensamiento errático, malversado por el lenguaje equívoco de la política y de los grandes intereses, la filosofía -la fracasada filosofía, arrinconada a mera materia de examen.