In: ANALE SERIA DREPT, volumul XXVII (2018), Universitatea “Tibiscus” din Timișoara, Facultatea de drept și Administrație Publică Timișoara, Editura MIRTON, Timişoara, 2018.
Abstract: In this writting I explore the attempt of mutism that is treated by Cioran throughout all his philosophical work, aspect wich always seduced him. In the same way, there are also shown some of the implications and consecuences from its subjective thought, and how he uses this as a lucid way of criticizing all academic philosophy limitations and its pretentions of objectivity.
Resumen: Este escrito aborda la posibilidad del mutismo que siempre tentó a E. M. Cioran. Asimismo, se muestran algunas consecuencias e implicaciones de su pensamiento subjetivo y cómo éste es, en el fondo, una lúcida crítica a las limitaciones de la filosofía académica y a sus pretensiones de objetividad.
Keywords: Cioran, lucidity, seducer, silence
Estoy desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso […]. No me ha sido dado en herencia ni un dios ni un punto firme en la tierra desde el cual poder llamar la atención de dios; ni he heredado tampoco el furor disimulado del escéptico, ni las astucias del racionalista ni el ardiente candor del ateo.
Stig Dagerman, Nuestra necesidad de consuelo es insaciable.
Este escrito tiene el propósito de elucidar la tentativa del mutismo que, a lo largo de sus textos, embelesó a E. M. Cioran. Sin embargo, es pertinente advertir que cualesquiera letras están necesariamente revestidas de un talante interpretativo, lo cual supone, de antemano, una suerte de alejamiento y tensión respecto al autor, sobre todo teniendo en cuenta que difícilmente puede evitarse la tentación de hacerle decir aquello que uno desea. Propensión, al parecer, infranqueable. “Todo aquel que nos cita de memoria es un saboteador que habría que denunciar a la justicia. Una cita mutilada equivale a una traición, a una injuria, a un perjuicio tanto más grave cuanto que se nos ha querido hacer un favor”.1 Puesto que no hay -ni puede darse- interpretación desinteresada ni inocente: ¿Quién habría de reconocerse, sin caer en la impostura, como no traidor? Confesémonos, sin más, saboteadores todos.
Además del brete aludido, cabe agregar que este trabajo es de talante paradojal pues, consiste en emprender el estudio sistemático de un pensador carente de sistema y en querer extraer teorías donde no las hay justamente porque Cioran violenta la concepción acostumbrada de filosofía, derribando así toda posible certidumbre. Peter Sloterdijk, en El revanchista desinteresado. (Apunte sobre Cioran), refiere el proceder del pensador rumano-francés con estas líneas: “Su reserva es cualquier cosa menos metódica; es demoniaca. En su caso, la crítica ha sido precedida por la tortura”.2
Ahora bien, no se lee a Cioran impunemente. Sobre todo después de que a través de sus letras somos contagiados, sin saberlo –quizá deseándolo-, de su abulia vigorizante. Contradictoria en sí misma, su vigorosa abulia es el argumento último que esgrime a favor de la inutilidad de todo discurso, pero también de la incapacidad humana de renunciar a la palabra y guarecerse en el silencio. “La salvación sólo es posible mediante la imitación del silencio. Pero nuestra locuacidad es prenatal. Raza de charlatanes, de espermatozoides verbosos, estamos químicamente ligados a la palabra”.3 Cabe decir que aquello que afirma a tenor de Paul Valéry aplica juntamente a su pensamiento: “[…] parece ser que solamente las palabras nos preservan de la nada. A pesar de todo, él confió en ellas, demostrando así que todavía creía en algo. Únicamente si hubiera acabado desinteresándose por las palabras se le habría podido tratar de «nihilista»”.4
Si la tentativa del mutismo le embelesó, el silencio no fue lo suficientemente encantador para arrastrarle por completo de la escritura a la nada, sino que maravillado por éste tan sólo se limitó a flirtear con su periferia. “¿Por qué? Porque escribir, por poco que sea, me ha ayudado a pasar de un año a otro, dado que las obsesiones expresadas se debilitan y se superan a medias. Escribir es un alivio extraordinario”.5 Es menester señalar que luego de la aparición pública de Ese maldito yo, en 1987, Emil Cioran no volvería a publicar. Sin embargo, no por ello dejó de conversar y emborronar páginas-mientras su estado mental se lo permitió- puesto que pasó sus últimos cuatro años de vida confinado en un asilo a causa de su avanzadísimo Alzheimer, mismo que, finalmente, le sumió durante dos años en el mutismo de la paradisiaca estupidez que siempre anheló. “¡Ojalá pudiésemos repantigarnos al sol de la estupidez! ¡Qué cálida realidad irradiaríamos en un universo ficticio! Porque la dulce y mansa estupidez es un manantial de ser que se alimenta de las fuentes del Creador. El mundo es vástago de la ignorancia”.6 Sus voraces años de lucidez se vieron coronados con la dulcísima y apetecida ignorancia: “Una filosofía de la conciencia no puede terminar más que en una del olvido”.7
Ahora bien, habiendo adquirido la disciplina de la concisión y renunciando al sistema, sus escritos dan la impresión de ser puntos suspensivos con miras al punto final. “Necesidad de la palabra para poder callar, para poder alcanzar la voz del silencio, del silencio anterior al Verbo”.8 Sabedor de la nulidad de las palabras e incapaz de retirarse de estas bellas ficciones para abandonarse al mutismo, la escritura fue su terapéutica y su asidero. “Para mí escribir es como una curación. Como escribí en cierta ocasión a Octavio Paz, lo verdaderamente extraordinario es que, cada vez que he acabado de escribir, siento deseos de ponerme a silbar”.9 Escribir fue para él la medicina envenenada que le purgó de sus ponzoñas al tiempo que le ayudó a ajustar cuentas con el mundo. En este sentido, el pensador rumano-francés nos recuerda a Kierkegaard cuando, en su Diario, apostillaba: “Sólo cuando me pongo a escribir me siento bien. Olvido entonces los disgustos de la vida y los sufrimientos; me encuentro con mi pensamiento y me siento feliz”.10 Cioran confiesa que de no haber escrito En las cimas de la desesperación -durante su atormentada juventud-, se habría suicidado. En efecto, durante sus años lucidos no cesó de repetir la asepsia de sus venenos a través de la escritura. “En virtud de su revanchismo Cioran se aferró toda su vida a una negatividad juvenil, depravada. Su obra es una venganza sin vengador y una restitución que no conoce damnificado. De ahí que sus escritos tengan efectos terapéuticos”.11
Cuanto más se piensa en sus textos, mayor es la necesidad de inquirirse: ¿Quién es su autor? Para escarnio de la filosofía académica –ávida de clasificar y regular absolutamente todo-, es inclasificable. (Sé que ésta es una etiqueta, ¡qué se le va a hacer!). No obstante, repetir machaconamente que es un pensador asistemático sería consentir a la fórmula trivializada y trivializante de los manuales. Imposible encontrarle parangón. No se abraza a corriente ni a escuela filosófica alguna: es un desclasado. Por fortuna, no fue un pensador que haya estado –y seguro no va a estar- de moda porque la boga filosófica le causaba repulsa como chocante es él a los esnobs de la filosofía. En efecto: “[…] tiene el poder de dejarnos, definitivamente entregados a la reconsideración de todos nuestros asideros mentales y morales, se comprenderá por qué no es un filósofo de masas, sino de conciencias, y por qué su vigencia no depende de ninguna corriente a la moda”.12 Pese a su impopularidad –quizá gracias a ella-, merecería contarse sin duda alguna entre los escritores filosóficos más importantes del siglo XX, según refiere Peter Sloterdijk.13 A la par, Clément Rosset le dedica estas líneas: “Frente a los principales camelos filosóficos de este siglo, Cioran es uno de los raros pensadores que han mantenido por completo el espíritu sereno y la cabeza fría”.14
Desertor del pensamiento corrientemente admitido, no mostró empacho en autoproclamarse marginal de la filosofía. Con beneplácito, se mantuvo en la periferia de los tópicos encumbrados por la laya de filósofos académicos y se resistió a formar parte de grupos intelectuales. “Para tener un lugar honorable en la filosofía, hay que ser comediante, respetar el juego de las ideas y excitarse con falsos problemas”.15 En lo que concierne a los tópicos endiosados por los filósofos de renombre, Cioran considera que son baladíes fárragos de erudición. De Heidegger, por ejemplo, delibera que es un astuto creador de vocablos, inventor de inútiles problemáticas y fútiles soluciones: “¡Crear palabras hasta la provocación, hasta el vértigo! Hay algo de alarmante en semejante demiurgia verbal, la cual equivale casi a reemplazar a Dios. Tal orgullo me parece excesivo en un pensador, pero lo acepto sin problemas en un poeta o en un demente”.16 A juicio suyo, el autor de Ser y tiempo, además de rayar en el delirio, es un taimado prestidigitador de rimbombantes conceptos que, tras su prodigiosa verborrea, oculta naderías: “Cuando éste (sc. Heidegger) se encuentra con una dificultad, forja de ordinario una palabra que la disimula y le permite eludirla: se precipita sobre la etimología, de la que se sirve de manera brillante pero abusiva, pues juega con las palabras […]. Tan excepcional acrobacia produce fácilmente la ilusión de la profundidad”.17
Según refiere Emil Cioran, el brillo de la filosofía contemporánea estriba en haber sustituido la sabiduría por la gramática: la gramática es la piedra filosofal de nuestros alquimistas. Luego, la gloria de los filósofos coetáneos se agota en su ingenio para elucubrar palabras. “La originalidad de los filósofos se reduce a inventar términos”.18 A juicio suyo, los sabios actuales -al estar faltos de sabiduría propia- no son más que lingüistas o anatomistas conceptuales. “Forjar nuevas palabras ahí donde el idioma ya de suyo no carece de expresiones para conceptos dados, es un esfuerzo infantil para distinguirse en la muchedumbre, ya que no por pensamientos nuevos y verdaderos, al menos por un trapo nuevo sobre el traje viejo”.19 Si bien la cita que precede es de Immanuel Kant, no obstante, es lícito suponer que Cioran no se reusaría a circunscribirse al contenido de la mima, pues, uno y otro pensadores coinciden en que el malabarismo verbal no implica lucidez, sino el encubrimiento de las limitaciones reflexivas. “El verdadero escritor escribe sobre los seres, las cosas y los acontecimientos, no escribe sobre el escribir, utiliza las palabras pero no se detiene en las palabras, no las convierte en objeto de rumia. La disección del lenguaje es la monomanía de quienes, no teniendo nada que decir, se confinan en el decir”.20
Así, pues, Cioran nos aguija con esta turbadora interrogante: “¿Será el genio verbal la herencia de los lugares de baja estofa? En todo caso, exige un mínimo de porquería”.21 Por un lado, lamenta que la filosofía actual – confinándose, en mayor medida, a la lingüística- esté despojada de sabiduría propia. “Ya que ninguna consecuencia práctica acompaña vuestras meditaciones, no es de extrañar que el último de los pordioseros valga más que vosotros”.22 Por otro lado, se considera afortunado desertor de la filosofía oficial: “No existe mayor placer que creerse haber sido filósofo y no serlo ya. […] Todo en filosofía es de segundo orden, de tercero… Nada directo”.23
Situado en las antípodas de las bogas filosóficas, lo mismo se ocupó de Lucifer que de los ángeles; fue de Teresa de Ávila a Calígula; de Epicuro a Buda; de los gnósticos al hinduismo; de Adán a Prometeo; de la nada a la eternidad; de la utopía al apocalipsis; del edén a la historia o de San Pablo a Esquilo. “Ya me atraiga el budismo o el catarismo o cualquier sistema o dogma, conservo mi fondo de escepticismo que nada podrá embotar nunca y al que vuelvo siempre tras cada uno de mis entusiasmos”.24 Si a veces se permite el lujo de creer, es tan sólo por capricho y para contradecir mejor su escepticismo porque irremediablemente el cultivo exacerbado de la duda – como el de cualquier postura ideológica- le permuta en artículo de fe. “Si se hace de la duda una meta, puede ser tan consoladora como la fe. También ella es capaz de fervor, también ella, a su manera, triunfa sobre todas las perplejidades; también ella tiene respuestas para todo”.25 Siendo por propia elección un pensador marginal y anacrónico no le importaron los temas novedosos pregonados por la filosofía. “Frente a pensadores desprovistos de patetismo, de carácter y de intensidad, y que se moldean sobre las formas de su tiempo, se yerguen otros en los cuales se siente que, en cualquier momento en que hubieran aparecido, hubieran sido semejantes a sí mismos, despreocupados de su época”.26
Su lucidez le impidió obnubilarse con fraudulentas sabidurías. “La lucidez no tiene la obligación imperiosa de la variedad compulsiva: no salta de lo uno a lo otro, sino que ahonda en lo que los demás pretenden olvidar”.27 Volviéndole la espalda a la moda filosófica, caviló sobre los perpetuos e irresolubles tópicos de la filosofía, tales como la muerte, Dios, el diablo, el hastío, la lucidez, el mal; la historia, el suicidio, la utopía, el bien, la verdad, el tiempo, el vacío, la libertad, el hombre, ente otros. “Bajo el signo de lo absurdo, Cioran, el hijo de sacerdote, hizo una anacrónica cosecha tardía de la época de la metafísica religiosa, inventando para sí el papel de blasfemo vuelto hacia atrás; practicó el derrumbamiento de ídolos que ya no eran contemporáneos”.28
Pensador encantador pero desencantado. Amigo en las horas difíciles, sin embargo. Y, es que: “Un escritor no nos marca porque lo hayamos leído mucho, sino porque hemos pensado en él más de la cuenta”.29 Depositario de un alma fascinada por la desfascinación –bellamente le llama Fernando Savater, en su Ensayo sobre Cioran– cuyo escepticismo queda escamoteado por el brío que imprime a cada una de sus palabras aun cuando éstas se vuelven contra él y contra sí mismas. “«Hay que estar ebrio o loco – decía Sieyes- para hablar bien las lenguas conocidas». Hay que estar ebrio o loco, agregaría yo, para atreverse a utilizar las palabras, cualquier palabra”.30 Incluso cuando arremete contra las palabras se sirve de sentencias tan lúcidas como insolentes, haciéndonos así cómplices de sus risotadas y excesos.
Si insiste denodadamente en la sosería del lenguaje es porque con prurito canaliza su dolor en las palabras para al final reírse de ellas, de sí mismo y del mundo juntamente. “Cioran, sembrador de contradicciones, semillero espasmódico de paradojas, afronta las dificultades enfrentando las palabras, lanzando unas contra otras para que del choque salten las chispas que iluminen la opacidad de lo manido y ajado, al tiempo que denuncia el discurso discursivo, asesino de la ocurrencia”.31 Aunque a menudo parece injusto, nunca es falso. Lo mismo que Cioran afirma en su Ensayo sobre el pensamiento reaccionario (A propósito de Joseph de Maistre) aplica a cabalidad a sus propios textos: “Sus libros, impregnados de una rabia tonificante, jamás aburren. En cada uno de sus párrafos se le ve exaltar o rebajar hasta la inconveniencia una idea, un acontecimiento o una institución, adoptar respecto a ellos un tono de fiscal o turiferario”.32
Si bien es cierto que en sus libros encontramos tópicos harto similares no por ello se le puede tildar de repetitivo -como pretende algún que otro listillo. En cada uno de sus textos tropezamos con nuevos matices que condensan mejor cuanto procura decir y, con su decir, callar. Pero a la lucidez no le es menester echar mano de subterfugios, no necesita de las tretas de lo novedoso, le basta con evidenciar lo más evidente que a todos se les escapa, justamente por ser tan claro.
El papel del pensador es retorcer la vida por todos sus lados, proyectar sus facetas en todos sus matices, volver incesantemente sobre todos sus entresijos, recorrer de arriba abajo sus senderos, mirar una y mil veces el mismo aspecto, descubrir lo nuevo sólo en aquello que no haya sido visto con claridad, pasar los mismos temas por todos los miembros, haciendo que los pensamientos se mezclen con el cuerpo, y así hacer jirones la vida pensando hasta el final.33
Detrás de su tintineo dialogal puede imaginarse el delirante baile de un sátiro lúcido: husmeador de las escleróticas verdades de la filosofía occidental. “Mi destino es el de envolverme en las escorias de las civilizaciones. ¿Cómo mostrar mi fuerza de otro modo que resistiendo en
medio de su podredumbre?”.34 Incansable voceador del sinsentido de las arrogantes certezas filosóficas –tan dogmáticas como rancias-, no puede ver detrás de ellas otra cosa que ilusiones y un insigne andamiaje que esconde espectros. En suma, una colosal farsa. “Tengamos la prudencia de reconocer que todo lo que nos sucede, todo acontecimiento, como todo lazo, es inesencial, y que, si hay un saber, lo que debe revelarnos es la ventaja de desenvolvernos entre fantasmas”.35 Empapado con el perfume de lo caduco, denuncia lo vetusto de los ideales tornándose seductor de lo irreparable y gusano del peregrino fruto del saber. “Cuando en el Árbol del Conocimiento una idea está suficientemente madura, qué voluptuosidad insinuarse en ella, actuar como una larva, y precipitar su caída”.36 Si arremete con violencia contra ideas, verdades e ideales no es con el afán de encontrar algo sino para cerciorarse que nada había que descubrir. En caso de haber algún saber sólo estribaría en la falta de certeza y en la ausencia de contenido.
Con su grácil bailoteo parece elevar frágiles y chisporroteantes cenizas en medio de la noche. Sus palabras parecen livianas lucecitas que se ahogan irremediables en la abismal oscuridad. Pavesas que nos recuerdan la insignificancia de toda verdad. Lucidez pintada con tenues trazos que al borrarse a sí mismos evidencian su fugacidad. “Fondane dice que «el tipo del nuevo filósofo es el pensador privado, Job sentado sobre un estercolero». Cioran pertenece a esa raza de pensadores”.37 Cual braza vertida sobre cenizas viene a despertarnos de las seguridades y los temores que nos adormilan – pues, éstos como aquéllas contribuyen a la bonita mentira que inventamos y representamos todos los días- para al final sumirnos en profunda perplejidad. “Los despiertos, los desengañados, inevitablemente endebles, no pueden ser centro de acontecimientos debido a que han vislumbrado su inanidad”.38 Una vez despiertos de nuestras convencionales estupideces queda desmentido todo asidero mental y el inevitable colofón de esta vigilia es la abulia y silencio.
En efecto, para el pensador rumano-francés solfear cualquier verdad equivale a blasfemar. Las certezas se vuelven máculas. Ante su desengañada mirada no hay certidumbre y toda aquella que se vocifere será el resultado de una premeditada engañifa y la consecuencia de la voluntaria degradación del intelecto. Sin duda, lo que comenta a guisa de los personajes de Samuel Beckett puede aplicarse, punto por punto, a sus propios fragmentos: “En cuanto pronuncian la menor afirmación, la minan inmediatamente con una contra-afirmación, pues afirmar es para ellos proferir futilidades: retractan y contradicen indefinidamente por temor a hundirse en alguna verdad”.39 Desconcertante reflexión en la que la palabra invita al silencio pues en ella pensar y desengaño se dan a la par.
Sabedor de que la verdad no es más que una ingeniosa invención y, por tanto, una engañifa –quizá la mayor de todas-, se niega a poner en solfa cualquier convicción: “[…] único extremo válido, la verdad verdadera que anula todas las demás –denunciadas como vacías- y que está vacía también ella misma –pero con un vacío consciente de sí mismo-”.40 Justamente, porque la verdad es extravío y derrota de la inteligencia. Para ser dueño de cualquier certeza una fuerte dosis de necedad –entendida como la ignorancia de lo desfondado de todo fundamento- e ingenuidad son necesarias. Emil Cioran: “No pisa nunca con pie seguro en el mundo de la voluntad, y durante toda su vida no quiere saber nada de pragmatismos. Recela de aquellos que pueden creer. Su odio va destinado a aquellos que pueden querer”.41
En el fondo, la labor de zapa que emprende hacia las verdades filosóficas emula el lúcido ejercicio socrático del desengaño. Uno y otro – Sócrates y Cioran-, agazapados en su lucidez desmontan toda certeza y no permiten que permanezca piedra sobre piedra. Pensamiento tan lúcido como desconcertante que al torcerse sobre sí mismo declara su falta de cimiento: fundamento desfondado. “Su revanchismo filosófico es el negativo del agradecimiento pensante. Como ningún otro, en éste o en cualquier otro siglo, ha puesto en claro que el pensar es una ocupación ingrata”.42 Para este Sócrates balcánico las únicas verdades, si son tales, están estropeadas al momento mismo de su nacimiento porque malogradas son abortadas. Agustín García Calvo formuló con belleza y precisión el ejercicio socrático del desengaño del modo siguiente: “Sólo acaso el que dice que no hay una verdad está diciendo la verdad; pero ello, desde luego, gracias a que con el acto de decir está borrando lo que dice y con lo que dice anulando la pretensión de su decir”.43
Cioran, desengañado, sabe que nada hay –salvo la misma nada- fuera de la cadena de erratas a las que, gustosos o no, nos atamos incesantemente. “La ciencia y la razón engañan, incluso cuando dicen la verdad, tal vez sobre todo cuando dicen la verdad, pero no desengañan nunca. El desengañado no es un descreído, ni tampoco un incrédulo, sino alguien que cree en la nada”.44 Pensemos en un Sócrates extranjero que, por su condición de meteco, es tildado de sátrapa. Me gusta imaginarlo como una experta comadrona que lejos de ayudar a los pensadores a parir certezas les provoca abortos. Sócrates consumado en el arte de la mayéutica negativa, vuelta al revés. Privado de Absoluto, de la idea del Bien y de cualquier otra. Golpeador de mentes, alumbrador de ideas estropeadas y de verdades que nacen muertas. Porque conoce lo peligroso del fanatismo ideológico, sabe que en todo portador de ideales yace oculto un desequilibrado presto a combatir a muerte por sus certezas. En efecto, los idealistas son vehementes religiosos disfrazados de pensantes. “No se mata más que en nombre de un dios o de sus sucedáneos: los excesos suscitados por la diosa Razón, por la idea de nación, de clase o de raza son parientes de los de la Inquisición o la Reforma”.45
El pensador rumano-francés fue un obstinado cazador de ilusiones. Siempre al acecho de baladíes certezas, no se cansó de denunciarlas y evidenciar la inexistente incompatibilidad entre el creyente y el idealista pues, uno y otro, tiranizados por sus certezas, son esclavos de su delirio intolerante. Cualquiera de ellos está listo para morir por mor de sus ideas. “Siempre caen cabezas allí donde prevalece una idea; pues no puede prevalecer más que a expensas de otras ideas y de las cabezas que las concibieron o defendieron”.46 Además, todo dueño de verdades no es más que un falso iconoclasta que únicamente desbarata ideas para mejor oprimir a los otros con sus desvaríos. Cioran, como pocos, comprendió que las utopías y las ideologías son las hijas bastardas de las religiones y, por tales, herederas de sus lacras y demencias. “Es uno de los pocos filósofos de nuestro tiempo, si no el único, al que no se le puede acusar de religiosidad; justo por haber percibido la dosis de religiosidad que se oculta en la mayor parte de las ideologías modernas que vuelven a introducir la religión que pretenden combatir”.47
Texto publicado con la permisión del autor.
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